La herida dulce del liderazgo

Hay momentos en los que liderar también significa dejar ir. Y hacerlo con humanidad.

Andrés Finozzi

7/11/20252 min read

Hoy alguien de mi equipo cerró su ciclo.
Presentó su renuncia y tuvo su último día.

Y, una vez más, se activó en mí esa herida que conozco bien: la herida dulce del liderazgo.

Es una mezcla extraña. Tristeza y alegría. Vacío y orgullo.
Nido vacío y alas desplegadas.

Me pasa cada vez que una persona decide irse.
No por conflicto ni por desgaste.
Sino porque siente que llegó su momento de crecer.
De probar nuevos caminos. De expandirse.

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Y aunque cada salida tiene su forma, lo que más duele no es que elijan irse, sino cuando no pueden hablarlo antes.
Cuando la cultura no da lugar a la conversación.
Cuando no llegamos a tiempo.
Cuando no hay espacio para seguir creciendo.

Por eso valoro tanto algo que con los años aprendí a construir:
la confianza para que las personas puedan hablar conmigo antes de decidir.
Que se animen a compartir dudas, deseos, búsquedas.
Incluso sabiendo que, en muchas organizaciones, eso podría verse como una traición.

Porque sí: todavía es tabú decir que estás buscando trabajo.
Pero creo que justo ahí se pone a prueba un liderazgo real.
El que acompaña incluso en las decisiones más difíciles.

Liderar no es retener.
Es acompañar. Escuchar.
Crear contextos para que las personas quieran quedarse.

Pero también tener la honestidad de ver cuándo ya no hay más espacio para crecer.
Y entonces, apoyarlas.

A veces duele. A veces cuesta soltar.
Pero incluso en esos momentos, pongo a la persona por encima de todo.

Porque su camino es suyo.
Porque liderar también es aceptar que no todo lo que hagamos será suficiente para todos, todo el tiempo.
Porque nada es para siempre.
Y porque acompañar a alguien a dar ese paso también es parte del rol.

La herida está. El vacío también.
Pero cuando la decisión se toma con claridad, con libertad, sin culpa y con acompañamiento, se transforma en algo mucho más grande.

En una marca positiva.
En una despedida con sentido.
En un vínculo que puede continuar desde otro lugar.

Yo creo en eso.
En dejar una huella de apoyo, empatía, contención y fe en el otro.
En ser parte del proceso, no solo del final.
En ayudar a que las personas crean más en sí mismas.
Incluso si eso implica que elijan irse.

Porque los ciclos existen.
Porque el nuevo mundo laboral es más dinámico, más abierto, más desafiante.

Y porque liderar, al final del día, es acompañar.
En los buenos momentos y también en los que implican partir.

Hay liderazgos que buscan controlar. Y otros que dejan huella.

Las personas no se quedan para siempre.
Pero sí pueden llevarse algo de nosotros para siempre.

¿Qué parte de vos se lleva quien hoy decide cerrar su ciclo?